lunes, 28 de febrero de 2011


La Hora del Movimiento


Trepar, balancearse, retar el espacio, experiencias sensoriales que van a madurar el sistema nervioso central.
Hamacarse, trepar, amasar plastilina o jugar con arena, son experiencias cotidianas que reciben los niños y que llegan a su cerebro a través de sus sentidos sensoriales. El eficiente uso de esta información sensorial es lo que permite al ser humano relacionarse de manera armónica y organizada con el medio ambiente.
Sin embargo, no todos los niños analizan o interpretan estas experiencias de manera adecuada creándoles diversos problemas de aprendizaje, comportamiento, desarrollo y descoordinación motriz, tales como la hiperactividad, la mala inserción escolar, disfunciones relacionadas con el autismo o dificultades en la alimentación.
En 1970, la psicóloga y terapeuta ocupacional norteamericana, Jane Ayres, elaboró un nuevo enfoque para el tratamiento de las disfunciones de integración sensorial y creó una evaluación sistemática para medir las funciones perceptivo-motrices. Esta terapia se brinda en el Policlínico del Instituto Peruano Japonés en Jesús María y allí conversamos con Mercedes Mejía, terapeuta ocupacional.

–¿Qué es la Integración Sensorial?
Es la forma en que organizamos la información que nos llega a través de los cinco sentidos que todos conocemos, pero además de otros dos que son el propioceptivo, y el vestibular que van a tener un rol trascendental en nuestro desempeño en la vida diaria.

–¿Y estos sentidos dónde están?
Son los sentidos ocultos. El propioceptivo está en cada uno de los músculos, huesos, articulaciones y ligamentos de nuestro cuerpo. Es el que nos da la información de cómo estamos sentados o cómo levantamos el brazo. Nos dice cómo está cada una de las partes de nuestro cuerpo y nos informa de la calibración de nuestros movimientos. Si apretamos fuerte o no un lápiz. El vestibular, está en el oído interno y tiene conexiones con el sistema nervioso central. Nos relaciona con la gravedad y el movimiento. Nos dice si estamos de cabeza o boca arriba. Tiene mucho que ver cuando el niño se da un volantín, se balancea en un columpio o cuando copia en su cuaderno lo que está escrito en la pizarra.
Mientras Crecer Sano conversa con Mercedes Mejía, los niños juegan alrededor y se divierten de lo lindo. No son más de tres, el tratamiento es individual, en un ambiente especial en el que el terapeuta observa cuidadosamente sus movimientos y los va guiando. En algún momento buscan saltar, balancearse o trepar y el terapeuta está allí ayudánlos en su búsqueda de manera organizada, creándoles retos, y nuevas experiencias sensoriales.

–Parecería un problema de la urbe, de los niños sobreprotegidos, de las casas pequeñas donde no hay patio de juegos. 
Probablemente. Antes teníamos muchas oportunidades de jugar al aire libre, ir a los parques a jugar en los columpios y a las chapadas. De manera natural se recibía mucha información sensorial que hoy los niños la reciben de forma artificial. Las rutinas de hoy, el cambio de alimentación, generan obesidad, niños que no se mueven y crecen sin experiencias sensoriales que años atrás se daban de forma natural.

–¿Cómo se manifiesta esta disfunción sensorial?
Los niños llegan a la terapia porque algo en su vida diaria no está funcionando. Generalmente en la etapa preescolar. Problemas con la escritura, falta de atención, se molestan mucho por ruidos o sobreaccionan porque otros niños los tocan o simplemente porque no toleran el roce de la etiqueta de la ropa. Son niños que hacen muchas pataletas.

–¿Es fácil de diagnosticar?
El diagnóstico lo hace un terapeuta ocupacional formado en la teoría de la integración sensorial. Se necesitan pruebas, observación clínica, conocimiento de la teoría, reportes de los padres y de los maestros. No todos los niños hiperactivos o con problemas de conducta tienen un problema de base sensorial, pero hay estudios que señalan que más del 60% de niños con problemas de aprendizaje tienen una base sensorial.

–¿En que consiste el tratamiento?
Sólo utilizamos actividades dirigidas como objetivos y en este caso la actividad es el juego. El niño va a ser el conductor, él nos muestra qué es lo que está necesitando, puede ser información vestibular o propioceptiva y el terapeuta lo guía en forma organizada. Todas las experiencias que les damos van a mejorar y dar mayor madurez a su sistema nervioso central.

Fuente:
Revista Caretas: